sábado, 28 de junio de 2014

Ir con bici en Ponfer



Lo que quizás más echo de menos de mi anterior vida en Ámsterdam es moverme con la bici por la ciudad. Si, desde luego dispongo de un MTB con la cual hago de vez en cuando excursiones de extraordinaria belleza por los montes bercianos. Pero esto es hacer deporte. Hace unas semanas fui con mi bici de visita a una familia en el pueblo Orbanajo para tomar un café. El sudor goteaba de mi frente en mi taza. No pudo inclinarme hacia atrás en mi silla por miedo de ensuciar el respaldo. Me era claro que la bicicleta no era el medio de transporte más propio para ir de visita a un pueblo en el monte.

Pero en la ciudad es diferente. Ponferrada es pequeña, que significa que casa casi todo es alcanzable a pie. Solamente hacia el oeste la ciudad se ha alargado y anexionó diferentes pueblos. Allí también está Fuentes Nuevas, una vez un pueblo, ahora el barrio de Ponferrada donde está el hospital. Al hospital viajaba a menudo los últimos meses, lo que solía hacer con autobús. Es una conexión bastante bien, casi todos los autobuses van al hospital, aunque a veces perdí el último bus por lo que tenía que andar a casa. La MTB no utilicé porque me faltaba una cerradura y me han asegurado que también en Ponferrada dejar un mountain bike en la calle no es seguro. Porque me gusta tanto ir con bici, a veces alquilo una.

Alquilar una bici es gratis utilizando la Tarjeta Ciudadana. Se trata de bicis pequeñas sin machas o cerradura. Las marchas no hacen falta en Ponferrada, vale, como mucho si quieres subir al casco histórico. Si tienes mala suerte no es posible subir la silla, por la cual un holandés de altura media llega con las rodillas encima del manillar. Pues bien, no se trata de ganar ninguna competición de belleza, se trata de llegar a algún sitio. Esto tampoco resulta fácil. Los puntos de recogida y devolución de las bicis están distribuidos de manera ilógica. Si de veras quieren promover el uso de estas bicis como medio de transporte se necesita poner puntos cerca de la biblioteca, la universidad, el hospital, la estación de Renfe, el ayuntamiento y el centro comercial.  Sin embargo, la mayoría están demasiado cerca unos de otros, con uno en el barrio (una vez pueblo) Cuatro Vientos, no demasiado lejos del hospital. Esto utilizaba para cubrir al menos un parte de la distancia entre casa y hospital.

Lo que también llama la atención cuando se va con bici por Ponferrada es la extraña planificación de los carriles. Ir con bici en la carretera puede resultar peligroso. Los otros participantes del tráfico no están acostumbrados a bicis. Conducen rápido en carreteras estrechas y después de aparcar abren las puertas del coche sin mirar hacia atrás. Hay carriles para bicis pero parecen no ir a ningún sitio. Uno va alrededor del amplio pabellón de deporte. Otros de pronto terminan en un parque. Los carriles son para ir de bici por placer, no para ir al trabajo, hacer compras, salir o ir de visita.
  
Pero quizás todo cambiará. El Ayuntamiento quiere poner Ponferrada en el mapa como ciudad de bicicletas. ¿La razón? El mundial de ciclismo, que tiene lugar en septiembre. Parece que este evento genera expectativas altísimas, como si pudiera sacar a Ponferrada de la crisis económica. Lo dudo, la verdad. Por casualidad me enteré que en 2012 el mundial tuvo lugar en Holanda, en la provincia de Limburgo. ¿Quién en el mundo se daba cuenta de esto, con excepción de los habitantes de esta región? Pues bien, quizás ahora se trabajará seriamente en hacer Ponferrada más accesible para bicis. El alcalde ya está visto varias veces sobre una bici, al menos cuando había fotógrafos de la prensa cerca. Es un comienzo. En mi juventud (estamos hablando de los años setenta) participé en algunas manifestaciones para demandar que el centro de Ámsterdam fuera libre de coches. Esto nunca pasó. Pero quién sabe, quizás mi sueño juvenil se va a cumplir. ¡¡Ponferrada, libre de coches!! 
 



Izquierda: bici de alquiler
Abajo: alcalde en bici

Manifestación en Ámsterdam en los años 70

viernes, 13 de junio de 2014

Otra vez el hospital

Últimamente pasé otra vez bastante tiempo en el hospital. Aquí es costumbre que al menos un miembro de la familia o un amigo pasa todo el día al lado de la cama del paciente como acompañante. Muchos de estos acompañantes se quedan a dormir, por lo cual se puede desplegar una silla para que tenga alguna semejanza a una cama. Además hay los visitantes usuales que vienen durante el día. Aunque nunca hay más que dos pacientes en una habitación, las habitaciones suelen llenarse bastante, sobre todo por la tarde. Una familiar mía estaba en una habitación con una mujer de un pueblo cerca de la frontera de Galicia. Por los tardes venían los paisanos mayores, a veces cinco de ellos a la vez. Hablaban de la cosecha de las patatas y berzas, cuando será el momento que las cerezas están maduras e intercambiaban otros datos de interés de la vida agraria. Aquí la gente mayor de los puebles está muy vinculada con la tierra, el tiempo y la naturaleza. En un momento dado un paisano nos miró preocupado que me hacía pensar que se iba a disculpar por hablar con la voz tan alta. ‘Perdónanos que hablamos gallego; debéis no entender nada’, dijo. ‘No se preocupe, lo entendemos un poquitín,’  le aseguramos.

Durante mis visitas me preguntaba muchas veces qué pensaría el personal de tantos visitantes y acompañantes. El trabajo de los enfermeros ya es muy duro. Por los recortes solamente crecerá la presión laboral. A un lado los acompañantes de los pacientes pueden ser un apoyo. Ayudan a los pacientes a las horas de comer, llenan botellas con agua, los sostienen hacia los baños. Al otro lado, creo que si yo fuera enfermero consideraría los visitantes como obstáculos. Cada vez que necesitan limpiar o tratar a un paciente, los enfermeros deben pedir a los visitantes que por favor salgan de la habitación. En los corredores del hospital se forman reuniones informales de familiares y amigos en los cuales se intercambian los detalles de las más diversas enfermedades y tratamientos. El personal se ve forzado de zigzaguear los carritos con medicinas o comida alrededor de los visitantes para llegar a los pacientes. Lo hacen sin ninguna queja; estarán acostumbrados y, como dicho, quizás consideran los visitantes como un alivio y no como una molestia. Ya varias veces, cuando salimos del hospital, aseguré a mi mujer que, cuando una vez estaré en el hospital como paciente, que no quiero que haya visitantes aburriéndose todo el día al lado de mi cama. Hora de visita entre las 5 y las 7 de la tarde y además nada. Sí, lo admito, soy un típico individualista del norte.

Otra cosa que me sorprendió. Una mañana entró en la habitación una persona con el uniforme blanco del hospital que con una alegría fuera del lugar empezó a dar ánimos a los dos pacientes. ‘¡Buenos días! ¡Ya tienes un mejor aspecto!’ mintió a uno y le golpeaba en la mejilla. Después iba al otro paciente. ‘¡Ayer ganó Real Madrid la Copa de Campeones!’ ‘Soy de Atleti’, gruñó el paciente. Cuando el hombre había salido de la habitación pregunté: ‘¿Quién era este doctor hiperactivo?’ A pesar de las circunstancias los otros presentes reían. ‘Es uno de los curas,’ explicaron, ‘que trabajan aquí en el hospital.’ ‘¿Pero no es un hospital público?’ pregunté con incredulidad.

Una tarde, cuando estuvimos sentados en una sala común, una enfermera nos acercó con una petición para firmar. Nos explicó que este verano el hospital quiere cerrar una planta con 36 camas. Presuntamente es una medida temporal, pero esto ya habían dicho en otra ocasión y aquella planta nunca más se abrió. Sin ninguna vacilación firmamos la petición, y la deseábamos mucha fuerza con la protesta y con su trabajo tan duro y necesario.