jueves, 22 de agosto de 2013

Pitbull

Acabo de hacer footing al lado del rio Sil. La verdad es que empecé un poquetín demasiado tarde; ya eran casi las diez de la mañana, y esto tiene sus desventajas. Ya hace calor, las mangueras están puestas (aunque en verano puede ser una ventaja) y ya hay muchos perros al lado del río. Esta vez también. Justamente cuando quería empezar una aceleración final, vi a un pitbull suelto. En España estos animales todavía están permitidos. Inmediatamente paré de correr y en una curva amplia pasé lentamente al perro que ni siquiera se parecía dar cuenta de mi presencia. No confío en estos perros que están criados por su agresividad y fortaleza. Quizás son los dueños en quien no debes confiar. Aunque conocí una vez a un pitbull muy especial.

Esto fue en los años ochenta en Ámsterdam. Vivía entonces en una pequeña vivienda en una calle cerco del centro que sobre todo era atractiva para mí por su renta tan baja. Primero como estudiante y después como trabajador al tiempo parcial nunca tenía mucho dinero. Desde luego las rentas tan bajas también atraía a otras personas de las ‘escalas bajas’ de la sociedad. Tenía por ejemplo un vecino psicopático y mi vecina de abajo era la yonqui más vieja y famosa de Ámsterdam, cuya muerte apareció en las noticias de la televisión local. Todos vivíamos allí juntos bajo el lema: vive y deja vivir. Mi vecina de al lado en el primer piso era una mujercita delgada y pequeña que había vivido allí desde su niñez. Cuando estaba de viaje ella solía recoger mis correos. Tenía una hija de unos veinte años que vivía en el cuarto piso. Esta hija y su novio (que en holandés llamaría un coffeeshop tipo) decidieron dedicarse al aparentemente lucrativo negocio de criar pitbulls. Por esto podía pasar que, cuando estabas subiendo la escalera hacia tu piso, oías abrir una puerta arriba después de lo cual sonaba el sonido como si saltara un alud de piedras. Esto significaba que cuanto antes tendrías que entrar en tu piso o salir hacia afuera, lo que sea más cerca, porque allí venía toda la familia pitbull que retumbaba hacia abajo: padre, madre y al menos seis cachorros.

Supongo que el negocio de los pitbulls no era tan exitoso como creían. Las leyes holandesas alrededor de la posesión de estos animales se agudizaban y cuando era obligatorio castrar a los pitbulls machos la raza gradualmente desaparecía de la escena callejera de Ámsterdam. Mientras tanto, padre pitbull, castrado y todo, se había mudado. Su mujer y sus hijos estaban mordiéndole todo el tiempo sin que él hiciera nada para evitarlo y por eso la hija de mi vecina, tan cariñosa ella, decidió regalar el animal a su vieja madre. Desde luego al principio a mí no me apetecía nada tener un pitbull como vecino de planta, pero lentamente cambié de opinión. Cuando pudiera, Sully (Sul es bobo en holandés; su nombre de veras era Sultar) entraba en mi piso para jugar o buscar caricias. Era uno de los perros más cariñosos que he conocido en mi vida, aunque tenía esta fuerza tan típica de un pitbull. Cuando jugamos en la calle con una pelota de tenis saltaba casi dos metros para coger la pelota en sus mandíbulas poderosas. Después ponía la pelota a mis pies, pidiendo con gemidos como un cachorro que empezara el juego otra vez.

Una vez, cuando volví de unas vacaciones en España sin duda, llamé a la puerta de mi vecina para recoger mis postales que ella guardaba tan meticulosamente. No respondió. Otra vez golpeé la puerta y oí a Sully resonar nerviosamente al otro lado de la puerta. Era extraño. Mi vecina nunca salía su casa sin su perro. También pensé oír su voz. Probé la palanca, abrí la puerta y grité: ‘¡Hola!’ Mi vecina se mostraba en la puerta de su habitación, completamente desnuda, con espuma en sus labios. Se tambaleaba hacia una mesa en la cual estaban mis postales, mientras Sully anduvo nerviosamente alrededor de ella. La ayudé hacia su cama y dije en pánico: ‘ ¡Voy a llamar a la ambulancia, no te preocupes!’ Cuando salí de su habitación miré una última vez hacia detrás. Sully se había puesto encima de la mujercita para protegerla, parecía, sus dos pies sobre sus hombros. Era la última vez que los veía.

Unos días después encontré a la hija en la calle. Me contó que su madre ya estaba en coma y no iba a vivir mucho más. ‘¿Y el perro?’ no pude evitar preguntar. Pues, había considerado adoptar al Sully aunque la posesión de un pitbull no era exactamente compatible con mi estilo de vivir. ‘Ya está matado,’ dijo, lo que me llenó con una mezcla de tristeza y alivio.

Y esta mañana, cuando anduve sudado desde el río hacia la casa, de vez y cuando mirando hacia atrás por si acaso, todos estos recuerdos emergían y pensé: ‘Sully era de veras el perro más cariñoso que he conocido en mi vida, pero además opino que los pitbulls deben ser prohibidos en todos los países.’

jueves, 15 de agosto de 2013

Duérmete niño

Hace unos años, cuando solamente estuve al punto de eventualmente considerar ir a vivir algún día en España, encontré en uno de mis viajes hacia Ponferrada a una mujer holandesa que ya había dado este paso y por la misma razón: el amor. A ella pregunté qué tal fue vivir en España para alguien de Holanda. Me contó que era bastante feliz. ‘¿Pero también hay desventajas?, insistí. Pensó unos momentos y después me dijo con toda su alma: ‘¡Si, la manera en que mis suegros se mezclan todo el tiempo en la educación de mis hijos!’ A pesar del tono mordaz de su voz consideré sus palabras como una animación. Por cierto, ya había llegado a la edad en la cual tener hijos no era exactamente la primera cosa en que pensaba. ‘Si esta es la única desventaja significa que se puede vivir allí bastante bien,’ pensé.

Es así. Y efectivamente ahora yo también tengo la impresión que los abuelos españoles se mezclan más en la educación de sus nietos que lo que es costumbre en Holanda. Por lo demás, veo en la educación de los niños sobre todo paralelismos entre los dos países, como hay muchas similitudes en tantos otros terrenos. Si consideras la vida cotidiana la unidad europea ya casi es un hecho. Por ejemplo, tanto en España como en Holanda los niños ya no juegan casi nunca en las calles de las ciudades. En mi juventud (ahora abuelo va a contar) siempre jugamos en la calle con una pelota: fútbol, letrero tic (tirar una pelota al letrero de la calle), si, hasta competiciones completas de béisbol jugamos en la calle en las cuales los sumideros y los palos de agua funcionaban como los bases. Esto ha cambiado en toda Europa, me parece. Hoy día los niños van a actividades extraescolares. También aquí en Ponferrada se ve por la tarde padres que en movimiento frenético llevan a sus hijos con coche a los diversos clubs de deporte, academias, escuelas de música, ludotecas, centros cívicos y profesores de clases de apoyo privados, todo esto para evitar que los niños estén toda la tarde apáticos en casa entreteniéndose con chats y videojuegos.

A pesar de este desarrollo en común, hay un aspecto de la educación de los niños en lo cual España parece ser diferente. Creo que los niños españoles duermen menos que los holandeses. Desde luego, los horarios de dormir están muy vinculados con los horarios de comer y aquí en España se come mucho a las dos de la tarde y algo ligero a las diez de la noche. Los niños normalmente no van a la cama antes de las diez u once. En el verano esto puede ser también las doce, o la una, una hora que los niños holandeses solamente logran experimentar conscientemente en la Nochevieja. Si estoy en Ámsterdam de visita en la casa de amigos con niños, los más jóvenes ya se acuestan a las ocho, para que los adultos puedan dedicar la noche a comer, beber y tener conversaciones profundas o banales. No creo que esta diferencia en horas de dormir durante la noche esté compensada por la siesta española. Si tengo razón (no hice ninguna investigación estadística) los niños españoles duermen a media dos horas menos que los holandeses. Y ahora la gran pregunta. ¿Duermen los niños españoles no suficientemente, duermen los niños holandeses demasiado, o simplemente no es tan importante cuantas horas los niños duermen? La respuesta de esta pregunta dejo en las manos de los científicos cualificados, pero en general a mí no me parece que los niños que conozco en ambos países sufren bajo una escasez o exceso de sueño. Parecen ser bastante felices. Por suerte.